Por Dr. Walter Ghedin
Al principio de toda nueva relación amorosa las ganas y la espontaneidad ganan terreno a la hora del encuentro erótico. Los jóvenes fantasean y quieren explorar la sexualidad sin preguntarse demasiado quién tomará la iniciativa, simplemente si tienen ganas, lo hacen, le dan curso a sus deseos.
En ese comienzo, es común que los cuerpos no sientan el pudor, las inhibiciones, ni tampoco aclaran quién debe acercarse primero, por lo menos en ese inicio fogoso. A medida que la relación progresa, las preguntas y las suposiciones sobre el si el otro tiene ganas de tener sexo o no pasan a primer plano.
En una relación de paridad, en la que ninguno se siente obligado a hacerlo, mantener ese fuego inicial requiere de hacerse pocas preguntas y dejar que el cuerpo avance. El conflicto se instala cuando uno cede sin ganas a los pedidos del otro, ya sea porque los tiempos, la frecuencia o las maneras de tener sexo, no coinciden y esta situación se sostiene en el tiempo. Así aparecen diferentes tipos de discrepancias o desacuerdos.
Las discronaxias sexuales
Se denominan discronaxias sexuales a los desacuerdos referidos al mejor o peor momento del día para tener relaciones. A uno le gusta a la mañana por estar más descansado y el otro prefiere a la noche por estar mejor predispuesto. Y así el tiempo pasa sin avanzar hacia un acuerdo más equitativo. En las discronaxias sexuales ese deseo inicial espontáneo, que no estaba ajustado a ningún horario en especial, se convierte en conveniencia. De ahí a una puja de poder hay un paso: “Si no lo hacemos cuando yo quiero no lo hacemos”.
Las disritmias sexuales
En este caso no es el momento del día, es la frecuencia. Una de las preguntas es ¿Cuántas veces por semana? La respuesta es: cada pareja debe encontrar su frecuencia y esta variable es cambiante. Muchas veces no es el número de veces, como si fuera una competencia deportiva, es la calidad de la conexión erótica.
También vale aclarar que dentro de esa frecuencia entra todo tipo de práctica sexual que no necesariamente tiene que culminar en la genitalidad y en el orgasmo. Los rasgos de personalidad: extraversión, autoafirmación, seguridad con el propio cuerpo, menos inhibición, apertura a prácticas no genitales, etc., juegan un papel muy importante a la hora de lograr mejores acuerdos, caso contrario ocurre con los rasgos de retracción social, pudor, represión, miedo, y la sumisión o la condescendencia.
La dispraxis sexual
La praxis sexual es el saber adquirido de las acciones que se realizan en el encuentro erótico sexual. Todo deseo, incluido el sexual, recibe la influencia de la sociedad y la cultura, quienes modelan esa fuerza primigenia. La razón le da sentido y cauce. En el caso del deseo sexual, aprendemos cómo dirigirlo y qué hacer a la hora de estar con nosotros mismo o con otros.
Si las mujeres llevasen adelante sus fantasías posiblemente superarían a los hombres en la toma de iniciativa. El medio externo les otorga más permiso a los hombres para que liberen sus deseos, en cambio, a las mujeres les cuesta ser más audaces y decididas a la hora de proponer tener sexo. En la cama, lugar simbólico y real del sexo, los cuerpos exponen sus acciones. En el mejor de los casos, ambos de explayan y disfrutan sin represiones, a lo sumo se dice: “eso no me gusta” y es aceptado.
El tema resulta cuando uno quiere sexo más fuerte, con prácticas que el otro no acuerda y, si lo hace, es solo para complacerlo. Hay personas que no disfrutan el sexo más convencional, prefieren diferentes prácticas o necesitan juguetes para complementar la acción.
Menos enojo, más acuerdo
Resolver las discrepancias sexuales con enojo o frialdad, lo único que provoca es el alejamiento de los cuerpos: “Si no lo hacemos como yo quiero no lo hago más”, “si me buscas estoy, pero yo no muevo un dedo”, “cuando encuentres el momento que a vos te gusta me decís y veré si accedo”. Estas y otra tantas frases se escuchan de parejas que han empezado su vínculo amoroso y sexual sin cuestionamientos y con el correr del tiempo y de la relación comienzan a aparecer las discrepancias.
En muchos casos, los desajustes vinculares no son específicamente sexuales, provienen de otras áreas en crisis, poniéndose en evidencia cuando los cuerpos se desnudan junto con los conflictos irresueltos. En ese momento tan sensible, donde se debe poner en juego la conexión plena, es cuando las demandas sexuales de cada uno salen a interrumpir todo intento de conciliación. Cada uno asumirá una postura rígida, intransigente, caprichosa.
Si no hay posibilidades para la comunicación, no habrá ningún acuerdo, o el que se logre será endeble. Será necesario entonces hacer todo lo posible para romper con estas decisiones irreconciliables, “todo o nada”, como si la sexualidad de la pareja fuera un objeto de posesión propia o un mero intercambio de prácticas sujetas a lo que el otro entregue o retenga.