Nota de Opinión. Por Pedro Pesatti (*)
Una tragedia ambiental, invisibilizada y cotidiana, avanza en todo el territorio nacional sin mayor repercusión que alguna nota periodística aislada, una que otra advertencia ignorada y el silencio cómplice de muchos.
La imagen es desoladora: montañas de residuos acumulados bajo un sol implacable, plásticos descompuestos intentando reintegrarse a la tierra que los rechaza porque alteran los procesos naturales. Argentina, un país con vastos territorios y ríos caudalosos, enfrenta, según cifras oficiales, la sombra de más de cinco mil basurales a cielo abierto, lugares donde la negligencia humana se mezcla con un aire cargado de toxinas. Este fenómeno no solo es un estigma en el paisaje argentino, sino que también refleja la crisis ambiental global, donde el cambio climático se posiciona como el principal antagonista de la vida.
El calentamiento global, un conjunto de fenómenos que altera el clima y transforma ecosistemas arrasando sociedades, lleva consigo la impronta de una huella humana que ha sido, en ocasiones, devastadora. Millones de toneladas de gases de efecto invernadero son liberadas a la atmósfera, alterando el equilibrio que la naturaleza había mantenido durante milenios. El Papa Francisco, en su encíclica ‘Laudato Si’, nos llama a asumir la responsabilidad por el hogar que compartimos. «El sistema actual», escribe el Santo Padre, «es insostenible», instándonos a un cambio de corazón, a un verdadero giro hacia la ecología integral y la economía circular porque en este camino entra en riesgo la vida, la humanidad y las generaciones más inmediatas.
A pesar de las exhortaciones del Papa Francisco hacia la búsqueda de soluciones, la realidad argentina se presenta como un panorama desolador, totalmente distante de las políticas y soluciones que se ensayan en los países latinoamericanos hace varios años.
Los basurales a cielo abierto no son sólo el resultado de la falta de infraestructura adecuada o de gestión de residuos: son el reflejo de una cultura del descarte y de una carencia de conciencia ambiental que permea la sociedad.
En estos vertederos la situación se torna dramática: el calor exacerbado convierte los desechos en emisores de metano sin control, un gas con un potencial de calentamiento global 25 veces mayor que el dióxido de carbono. Así, el ciclo se torna infernal: el calentamiento genera más desechos y estos, a su vez, contribuyen al calentamiento. A ese infierno, se le suma el inhumano escenario en el que miles de semejantes, empujados a la indigencia, buscan recursos entre la basura, expuestos a la lluvia, al sol, al frío, la nieve, los incendios, la violencia, las enfermedades y el acoso.
El gobierno del presidente Javier Milei, reconoce, en el sitio web oficial (https://www.argentina.gob.ar/interior/ambiente/accion/basurales#) la existencia de 5000 basurales a cielo abierto en Argentina, lo que significa, en promedio, más de dos basurales por municipio. La mayoría de ellos son formales, es decir, son el modo oficial en que los gobiernos locales eliminan su basura. En la misma página se alerta sobre los riesgos de esta metodología: al no contar con suelo impermeabilizado, los basurales a cielo abierto resultan un foco de contaminación, tanto por la generación de líquido lixiviado como por la emisión de gases de efecto invernadero que terminan envenenando el aire y los acuíferos del subsuelo.
Es necesario que, además del correcto diagnóstico que realiza el estado nacional, se comprometan recursos y programas federales para atacar este problema de raíz y sin especulaciones, en una política donde concurran, con esfuerzo equitativo, las empresas y los consumidores que producen los residuos (plásticos, envases, botellas, etc.) y los estados nacional, provinciales y municipales.
Durante mi gestión como intendente de Viedma, implementamos un sistema de separación de residuos para su reutilización en una planta construida con fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y organizamos el uso de un relleno sanitario, ubicado a 25 km del centro de la ciudad, para confinar en domos herméticos los residuos sin valor económico para ser reciclados. Este sistema comenzó a operar en plena pandemia, con el objetivo de mitigar las consecuencias de los residuos generados diariamente por la comunidad. Sin embargo, el costo de este nuevo modo de tratar los desechos es, como mínimo, el doble de lo que cuesta el financiamiento del sistema tradicional de los basurales a cielo abierto. Viedma se encuentra entre las apenas 36 ciudades en Argentina que se han comprometido a sanear sus residuos con criterios del siglo XXI abandonando los métodos que se remontan al medioevo.
A pesar de este avance, los sobrecostos del sistema de separación y del relleno sanitario son muy altos, y Viedma nunca recibió apoyo directo del gobierno nacional y provincial en función de su contribución ambiental.
Es clave que los municipios sean respaldados por políticas nacionales que los ayuden a sanear sus residuos, donde la colaboración más significativa no se limite a la generación de infraestructura, sino que incluya el apoyo mensual para la prestación del servicio y la obligación generalizada de terminar con todos los basurales a cielo abierto que existen en el país.
La vida de quienes habitan cerca de estos basurales se convierte en una lucha constante contra el abandono. Las comunidades que rodean estos testimonios de descuido social a menudo son invisibles para el Estado. La pobreza se descompone en un aire contaminado y en una tierra degradada.
En ‘Laudato Si’, el Papa nos recuerda que “la desigualdad es un escándalo” y que “los pobres son los más perjudicados”. En esta línea, la injusticia social se entrelaza con la crisis ambiental y los más vulnerables son quienes deben cargar con el peso de una situación que, en esencia, es responsabilidad de todos.
Quizá esa responsabilidad -compartida por quienes consumimos productos de cualquier naturaleza-, condiciona nuestra mirada crítica sobre el tema. Porque además esa mirada, más que crítica, debería ser autocrítica.
Con suerte, el compromiso ambiental comunitario -siempre que la posición económica lo permita-, se limita al hecho de dejar los datos de una tarjeta de crédito para que una fundación u ONG debite de nuestras cuentas un monto equis para luchar contra la caza furtiva de una especie en peligro de extinción en el sudeste asiático o en cualquier otro rincón del planeta. Más allá de la ironía, luchar contra la proliferación de basurales a cielo abierto -que rodean casi la totalidad de los asentamientos urbanos de nuestro país-, es una empresa que no tiene el glamour ni la publicidad de otras “causas ambientales”.
O peor aún, se pone el foco en el potencial impacto ambiental de actividades económicas que podrían llevar desarrollo humano y social a distintas comunidades, cuando es evidente que el mayor desastre ambiental y cotidiano sucede a pocos kilómetros de donde vivimos, en el metro cuadrado que como comunidad estamos pisando.
Constante y silenciosamente, todos los días, producimos millones de toneladas de residuos que contaminan muchísimo más que algunas actividades humanas que suelen ser el blanco preferido cuando se trata de abordar el tema ambiental para politizarlo en el peor sentido.
Como ejercicio, para advertir con más rigor este problema, sumemos la superficie de cinco mil basurales a cielo abierto, imaginemos el tamaño de esa superficie, ardiendo, descomponiéndose, emitiendo gases de efecto invernadero y líquidos que, al entrar en contacto con las aguas subterráneas, las envenenan automáticamente. Pensemos también en las miles y miles de personas que encontraríamos en esa inmensa superficie, que podríamos estimar en no menos de cien mil hectáreas, conformando una comunidad con más habitantes que una ciudad promedio del interior de la Argentina.
No obstante, en medio de este sombrío panorama, surgen iniciativas concretas como la del consorcio entre las ciudades de Viedma y Carmen de Patagones, y la comuna de San Javier, que podrían ser un faro en la gestión de residuos y la inclusión social, para lo cual es necesario que aparezca el acompañamiento efectivo de otros niveles del estado para sostener esta política concreta de compromiso ambiental y comunitario que desde la soledad se vuelve muy difícil.
Aún estamos a tiempo de proteger el ambiente y de evitar que nuestros hábitos de consumo masivo afecten el delicado equilibrio de nuestros ecosistemas. A tiempo para repensar nuevas dinámicas en el recupero de materiales reciclables con integración social en los ciclos productivos de la economía circular.
Estamos a tiempo de hacernos cargo de nuestra cuota de responsabilidad compartida y de poner recursos, políticas y trabajo para producir el cambio. Para sumar nuestra cuota parte en el salvataje de la humanidad y de nuestra madre tierra.
(*) Vicegobernador de Río Negro